EL TORTA

"Ay mare mía, qué mala es la noche, la calle y la vida"

Juan Moneo, el Torta.
¿Y si esta noche sí? Ir a escuchar al Torta tenía mucho de ansiedad y no poco de incertidumbre. Si ese día a su descomunal e indómito duende le daba por entrar en razón la velada apuntaba a inolvidable. Si no era así se volvía.

Siempre merecía la pena correr el riesgo. Las citas con el Torta excedían con mucho la condición de eventos musicales para convertirse en acontecimientos flamencos al igual que ocurriera con su amigo del alma y de excesos, ese José Monge Cruz que cogía la guitarra y le pedía que le cantara.

Aquella noche no fue una noche cualquiera en la vallecana peña El Duende (ninguna más propicia a sus condiciones). Uno que fue privilegiado testigo recuerda, y años han pasado, que el consustancial bullicio previo rebajó muchos decibelios. Que el silencio no era sepulcral, pero que se oía hasta el tintineo de los hielos. Que la expectación debía ser pareja a la que sentían los devotos de Curro Romero o Paula, a quien, por cierto, le dedicó algunas letras, cuando iban a la plaza con el rosario para ver si cuajaban faena.

A Juan no le gustaba ser muñeco de feria, y así se sentía, cuando todas las miradas convergían en aquel escueto escenario que, sin embargo, soportaba toneladas de arte y también de demonios personales, derivas, abismos y ese “pozo interminable y ciego” que fue la maldita droga. El Torta no rehuía hablar de ese universo tan turbulento que le hizo desear esa muerte que "se reía de mí y no venía” y que tanto le perjudicó en su trayectoria artística. "Ay mare mía, qué mala es la noche, la calle y la vida".

 

Incluso aquella noche fue irregular, pero nada nos iba a sustraer la medalla flamenca de haber visto y escuchado al Torta. Más aun cuando ese presentimiento de que la vida, esa que repudiaba hasta que el Señor le rescató de las tinieblas, según aseguraba, no le iba a regalar muchos años más. Así fue

Claro que él no se sentía artista. Incluso confesaba, en una entrevista con Quintero, que él creía que no sabía cantar. “Yo lo que hago es transmitir; mi cante viene del padecer y el sufrir”. Basta escucharle en los palos más solemnes para certificar que pocas voces han traducido con mayor grandeza los sentimientos al cante. El eco de Juan, de la estirpe jerezana de los Moneo, es un tesoro universal que desgranaba momentos únicos.

No siempre, claro está. Incluso aquella noche fue irregular, pero nada nos iba a sustraer la medalla flamenca de haber visto y escuchado al Torta. Más aun cuando ese presentimiento de que la vida, esa que repudiaba hasta que el Señor le rescató de las tinieblas, según aseguraba, no le iba a regalar muchos años más. Así fue. Como su cante, estas palabras han intentado transmitir. Del resto ya se ocupa Google.