CHANO LOBATO

Rey del compás

Ver en un escenario a Chano era un doble gozo. Quien lo probó, y uno está entre los elegidos, lo sabe
Chano Lobato
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A su arte flamenco y su supremo compás añadía una gracia innata que convertía en hilarantes sus parlamentos entre palo y palo. No es caso único, obviamente, cuando se nace donde se nace. Que se lo pregunten, de estar entre los mortales, a ese recordado Beni de Cádiz a quien tanta chispa cómica acaso le difuminó sus méritos artísticos.

Chano gustaba de cantar de pie, como lo hacía muy a menudo La Paquera, y en esa posición hay que ponerse cuando de cantes festeros se trata ¿Qué decir de esos tanguillos de letras joviales y musicalidad contagiosa? Pues que Juan Miguel Ramírez Sarabia, que con ese nombre administrativo se identificaba, los bordaba con hilo fino.

Ser del barrio de Santa María, ver la luz en la calle Botica en el poético año de 1927, tampoco deber ser ajeno a ese talento natural. Chano se curtió en los mejores cuadros flamencos poniendo su cante al servicio del lucimiento de grandes del baile como Matilde Coral, Manuela Vargas, recientemente galardonada con el Premio ‘Ciudad de Vera’, o Antonio con cuya compañía recorrió mundo durante más de 20 años.

A Chano se le notaba el disfrute en el escenario y el agradecimiento al público; no se dejaba nada, ni en esfuerzo físico ni en repertorio

Un papel secundario, que no segundón, que abrió paso a una etapa de madurez en la que su presencia individual en peñas, certámenes o grandes festivales resultaba celebrada y común. En el caso de Chano no quiere decir que fuese, como en tantos casos, un reconocimiento tardío ya que en 1974 ya había obtenido el premio Enrique El Mellizo en el Concurso Nacional de Córdoba, lo que vino a ser el detonante de un reconocimiento profesional que se tradujo en galardones tales como el Premio Compás del Cante, el Lucas López de la Peña Flamenca El Taranto de Almería o la Medalla de Plata de Andalucía por toda una vida dedicada al arte flamenco.

A Chano se le notaba el disfrute en el escenario y el agradecimiento al público; no se dejaba nada, ni en esfuerzo físico ni en repertorio. Ya fueran sus propias letras o fueran otras de las que, con su voz, se adueñaba hasta parecer imposible que no se hubieran escrito pensando en él. Nada se le resistía. Si se hubiera empeñado hasta hubiera metido a compás las Páginas Amarillas o hubiera formateado a rumba la lista de la compra.

Por cierto, Morente moría con esas rumbas que valoraba como las mejores de la historia. Y mira que hay competencia. Pero no solo de cante festero vivía el artista. Nunca olvidaba su tributo al cante grande como grande es su recuerdo.

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