ANTONIO CHACÓN

Antonio Chacón / El gran payo

En un mundo tan dado al apodo como el del flamenco, ganarse el ‘don’ de manera unánime no es fácil. Don Antonio Chacón lo logró aunque tampoco escapó a esa querencia pues los gitanos coetáneos gustaban de llamarle el ‘gran payo’.
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photo_camera Don Antonio Chacón.

En un mundo tan dado al apodo como el del flamenco, ganarse el ‘don’ de manera unánime no es fácil. Don Antonio Chacón lo logró aunque tampoco escapó a esa querencia pues los gitanos coetáneos gustaban de llamarle el ‘gran payo’. Un elogio que, dada su procedencia, engrandece su figura. La vida de Chacón (1869-1929) tiene algo del universo de Dickens; abandonado recién nacido y acogido por un zapatero que le dio manutención y apellidos, y mucho de película de final apoteósico. Cuentan las crónicas que su entierro en Madrid fue propio de reyes (de hecho era reclamado a menudo en Palacio) con su féretro de herrajes de plata a lomos de una carroza tirada por seis caballos y presidido por el Duque de Medinaceli.

Entre ese inicio sórdido y ese 'the end' toda una vida de magisterio flamenco que no ha perdido vigencia. No es Chacón un cantaor de pellizco, pero, sin duda, sentó cátedra. Y lo hizo por la vía más eficaz: escuchando y escuchando, en su condición de gran aficionao, el cante gitano de los grandes maestros de su época, principalmente de Manuel Torre. Acaso el mayor logro de Chacón fue estar en las antípodas del rajo, de esa voz afillá (que viene a ser sinónimo de voz gitana) y que se ahorma como ninguna al sentimiento de los cantes y, sin embargo, sonar flamenco como el que más, pese a sus feroces detractores.

El cantaor-tenor, como le llamaban para menospreciarlo, o el coplero, como le denominó Caballero Bonald, mostró siempre el más elevado respeto por esa tradición gitana que Mairena creía defender en solitario

De hecho, la voz de falsete por antonomasia, que llevó a don Antonio a la cumbre, fue consecuencia de diversos problemas de salud ya que en sus primeras grabaciones suena gruesa. El resto, es decir el tono melodioso y su fácil modulación, formaban parte de su talento natural. Pero la magnitud de su relevancia no queda, ni mucho menos, en la ejecución de los palos sino en su labor de recuperación de algunos de ellos (caña o polo), de personalización (malagueñas, por ejemplo) y de innovación (ralentización de los tangos para alumbrar lo que fueron los tientos).

Es decir, Chacón es un referente flamenco integral que, como es casi inherente en este mundo, fue cuestionado y hasta vilipendiado. Carlos Martín Ballester, autor del reciente audio-libro sobre Antonio Chacón y presidente del Círculo Flamenco de Madrid, recuerda cómo Antonio Mairena y los suyos arremetieron contra él desde esa corriente conocida como neojondismo que trató de demostrar cómo el flamenco se había desligado de sus verdaderas raíces, siempre a su juicio. Chacón se convirtió en el pim pam pum.

El cantaor-tenor, como le llamaban para menospreciarlo, o el coplero, como le denominó Caballero Bonald, mostró siempre el más elevado respeto por esa tradición gitana que Mairena, tan dado al enfrentamiento (qué decir de su cruzada contra Valderrama), creía defender en solitario. Negar el magisterio de Chacón no se sostiene, cosa distinta es la transmisión de su cante. En eso, como en tantas cosas, para gustos los colores.

 

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