Desde hoy fui periodista

Publicado el 24 de julio de 2025, 19:06

Me hice periodista por vocación y comencé a ejercer por una hepatitis. No mía sino de una aspirante a becaria a la que sustituí allá por finales de los 80 en la agencia OTR de mi querido Grupo Zeta. Desde entonces, en torno a 35 años de oficio que oficialmente doy por finalizados. He cobrado mi primera pensión. Por un lado, alegra, mucho por lo complicados que han sido laboralmente los últimos siete años de parado de larga duración, pero por otro abruman ¿Esto es todo, esto es todo, amigos?

Decía Matthau en Primera Plana que a un leopardo no se le pueden quitar las manchas para ejemplificar que un periodista no deja nunca de serlo. No soy tan místico, ni remotamente. Acaso tenga mucho que ver la sensación de abandono que le embarga a uno cuando pasa de activo a desempleado ¿Se acuerdan de los muchos amigos y amigas de los que presume uno en el oficio? Yo tampoco. Salvo contadísimas excepciones. Algunas ausencias han sido especialmente dolorosas.

Y ya digo que no consolará -aunque no esté ya uno para leerlo- el tuit post mortem de quienes lamentarán tu muerte cuando ya te habían enterrado en vida. Así pues, convertirte en un zombi del periodismo es mala cosa. No faltará quien piense que está feo ese resquemor, pero ya ejerzo de pensionista en algo fundamental: si antes me preocupaban entre poco y nada las opiniones ajenas, qué decir ahora que no tengo que pisar huevos por si alguien se molesta y se te cierra una puerta. Han estado demasiado tiempo chapadas para que ahora se me alborote la conciencia por expresar mis sentimientos.

Además, hay películas buenas que tienen un mal final. Por ello, el balance como plumilla ha sido más que bueno. Venir de una familia que compartía la taza de váter en el patio con otras dos, ver las fatigas y los esfuerzos de los padres y haber llegado a viajar con presidentes del Gobierno y a presentar novelas en sitios que los Temprano García solo conocían por las películas de Sissí, y eso cuando llegó la tele a casa que no fue pronto, me resultaba totalmente impensable. Y mis padres vivieron para verlo. Mi madre incluso llegó a la presentación de una de mis novelas, mi padre ya no.

 

Gracias a este bendito oficio me he reído una jartá, he ligado por difícil que parezca ahora con este cuerpo de modelo de Botero, he vivido de manera directa parte de la historia de este país, he trabajado con dignidad y así he procurado comportarme, seguramente con más voluntad que acierto. No echaré en falta el periodismo de hoy porque su deriva no me gusta. Eso sería lo de menos. Lo de más es el peligro que ya supone en demasiados casos. La larga inactividad me ha permitido, eso sí, rematar una novela en la que me inspiro en esta trayectoria de plumilla y que espero publicar. No sé cómo, pero dejo su dedicatoria como final: “A los plumillas que fuimos y ya nunca serán”.