Nostalgias y soledades
Desde que tuvo uso de razón a La Pimiento le aterrorizaba verse como hoy se veía. Una marica sola y vieja. Lo percibió con toda su crueldad cuando la eficacia de las toallitas desactivó los brochazos de maquillaje y rímel. Quedaron al descubierto la orografía de sus arrugas, las manchas en la piel, las cejas despobladas y canosas y ese temblor del labio inferior que ya apenas podía contener. Ella, que se había bañado en champán, ahora ni siquiera tenía un mísero bidé por falta de espacio en ese cuchitril. A duras penas entraron en la última mudanza sus baúles. Debido a la escasez de metros cuadrados decidió reutilizar uno como mesa y otro como sofá apoyado contra la pared. Sobre un retal de gomaespuma forrado con una tela floreada reposaban unos cojines de ganchillo. Ella misma los había tejido de sobremesa en sobremesa mientras oía de fondo la escandalera de cualquier programa de cotilleos. No le importaba el incordio de tener que levantar todo cuando, en sus frecuentes arrebatos de nostalgia, sacaba los álbumes de fotos más antiguos.