No sé si cada vez que abre la boca Puigdemont sube el pan, pero sí tengo claro que si el presidente Pedro Sánchez le hubiera dado con la puerta en las narices en el minuto uno y convocado elecciones en vez de optar por el siempre peligroso equilibrismo igual el rédito electoral hubiera sido más lustroso que el que se intuye ahora.
Como bien resumía un amigo asturiano con un sujeto como el tal Carles no puede uno ir “ni a apañar pesetes”. Es menos de fiar que un condón de ganchillo que decíamos los babyboomers. A más a más, valga el guiño autóctono, Puigdemont ejerce de lunático a sabiendas de que sus dislates son tal por mucho que los quiera revestir de épica nacionalista.
Aquella performance del pasado noviembre en Ginebra en presencia de un verificador salvadoreño, uno imagina que por el plus del idioma, ya superó cotas que ni Berlanga-Azcona hubieran alcanzado.
Estar en manos de este individuo es un peaje legítimamente democrático como lo es opinar que obliga todos los días de Deu a plantearse si, de verdad, este viaje mereció la pena
Ahora, desde la France, desde el “exilio” como lo autodenomina este jeta, vuelve a la matraca con sus veleidades y, principalmente, ambiciones personales que es, en esencia, de lo que se trata. Mientras algunos chupaban trullo, y hay que admitir que, al menos, le echaron el arrojo que este caudillo low cost no tiene, él vivía como un marajá, aunque esta figura no sea propia de Castelldefels, por poner un ejemplo.
Y ahora dice que vuelve, algo que por la catadura del personaje uno toma como una amenaza, pero solo si puede ejercer de president. Claro que sí. Y si nos avisa con tiempo vamos al aeropuerto a recibirle con unos collares hawaianos y unas bolsas de garrapiñadas. No será por qué no se lo merezca.
Estar en manos de este individuo es un peaje legítimamente democrático como lo es opinar que obliga todos los días de Deu a plantearse si, de verdad, este viaje mereció la pena.
