REAL MADRID

Hartazgo superlativo

Vinicius empuja al jugador del Leipzig.
photo_camera Vinicius empuja al jugador del Leipzig.

La estupidez humana, en su voraz apetito, no repara en raza, género o religión. Se apropia del sujeto, ya sea de manera puntual más o menos frecuente, o de modo estructural sin reparar en la fisonomía o el color de piel. Anoche, sin coartadas, en casa, arropado por quienes le defienden haga lo que haga y por quienes ya callan por no discutir, Vinicius volvió a ser más niñato que Junior y puso un peldaño más en ese hartazgo que a algunos seguidores, mayormente vintage, entiendo, nos causa este personaje. No hay regate, ni gol que empiece a aliviar la irritación o compensar las averías que nos puede causar. La de anoche pudo ser gorda.

El Madrid se jugaba angustiado nada menos que seguir en la competición que más desvelos y alegrías nos ha procurado a aquellos que no le reíamos la gracia al abuelo del anuncio cuando preguntaba si el Madrid había sido campeón de Europa. Esa mítica Orejona que por fin vimos levantar en color. Antes, poco después de la última en blanco y negro de los ye ye, vi jugar a Gento en el Bernabéu, viví como socio en el campo las míticas remontadas europeas cual sardina en lata en el Fondo Sur, falté a bodas de íntimos amigos por ir a un Madrid-Barça o adelanté la vuelta de las vacaciones para no perderme a mi equipo.

Es decir, un antimadridista de tomo y lomo o, en la versión ad hoc, un racista, aunque, como ha sido el caso, nada haya tenido que ver el color de la piel sino el amplio espacio que le queda en el cerebro al delantero brasileño. Uno, según de quién, admite pocas lecciones y, por supuesto, ninguna de quienes se han hecho antirracistas en un curso acelerado para justificar actitudes que son injustificables.

Lo cierto es que anoche, mientras su equipo, el que le paga millones en contenedores, se jugaba el cuello, a él le dio por enredar como si estuviera en el partidillo de su barrio, fuera el camorrista oficial y tuviera que ejercer de ello

Por supuesto que lo son las de quienes le insultan por el color de su piel, pero esa aversión al intolerante uno la lleva, o se esfuerza por llevarla, de fábrica y no como salvoconducto para transigir con todas las melonadas de este muchacho. Lo cierto es que anoche, mientras su equipo, el que le paga millones en contenedores, se jugaba el cuello, a él le dio por enredar como si estuviera en el partidillo de su barrio, fuera el camorrista oficial y tuviera que ejercer de ello.

No le echaron, pero bien podrían haberlo hecho y dejar a su equipo, el del escudo que tanto se señala, en más inferioridad de la demostrada ¿Acaso le importa? ¿No es él lo más importante, luego él y después, si acaso, también él? ¿Hasta cuándo? Por desgracia, uno sabe mejor que nadie la magnitud de esta pregunta retórica.

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